El Brillo de Mor

El silencio de la noche abraza el campamento de las tribus, los perros de guerra de los Colmillo Negro y los ronquidos son lo único que rompe el hechizo mudo. Bajo la falda de la montaña, las hileras de tiendas se pierden en la oscuridad, tan sólo el cerúleo brillo de la luna rota de Mor ilumina la quietud. Atrás en lo alto de una meseta las antorchas y los fuegos iluminan las tiendas de los ostentosos caciques. Hombres y señores duermen por igual, bebidos en sueños gloria y guerra. Los vigilantes tiempo ha que cayeron rendidos, negligentes y humanos. Sólo un ser permanece despierto. Sólo uno vigila.


Una silla, una mesa y un cofre de hierro negro es todo lo que necesita. No hay jarras de vino ni vasos, ni bandejas de plata con asado. No necesita dormir, no necesita comer. El vago recuerdo de lo que en un momento fuese una necesidad se le antoja una perdida de tiempo. Su semblante inexpresivo, está absorto, analizando por enésima vez las tablillas que Tahur, dios de la sabiduría, y Lor, dios del deber, le otorgasen para la guerra que se avecina. Había memorizado cada imagen de ese mapa; cada cordillera y río; cada bosque y páramo. Nada podía quedar al azar. Juntó las tablillas, y las llevó hasta el cofre, este, sin un cerrojo a la vista, se abrió a su tacto. Un cinturón y un talismán era todo lo que había dentro. Cubrío con un paño las tablillas, las posó con cuidado y cerró el cofre.


Fuera de su tienda el frescor de la noche hizo de bálsamo a sus pensamientos. Pasó por las lumbres donde los guardias dormían y se acercó al borde de la meseta. Veinte mil hombres vivos yacían a sus pies. Guerreros dispuestos a enfrentarse a aquel que pretendían conquistar sus hogares y sus vidas. Las tribus de los Hombres de La Vetusta, con sus petos acorazados; Los Skirm, con sus arcos largos; Los Colmillo Negro, con sus ruidosos canes; Los jinetes de Nirn; ... Un sin fin de indisciplinados. Acostumbrados sólo a escaramuzas entre ellos o a pequeñas incursiones. No sabían lo que les esperaba. Ansiosos e ignorantes. Observo a Mor, todo estaba calculado, cuando Hipros iluminase el cielo partirían a la batalla y... Presa del dolor se arrodillo en tierra al notar una punzada atravesarle. Al instante, vino otra, y otra, y otra. El sonido de un yunque seco retumbaba en sus oídos, la vibración de los martillazos, en su mismo ser.


Miro al frente, allá a lo lejos, el perfil de una fortaleza, se alzaba imponente. Agon, el Rey Brujo había vuelto a la forja de almas, alzando sin-vidas para luchar contra estos hombres que a sus pies dormían. No había perdido la cuenta de cuantas veces había sentido el retumbar de la forja de almas, desde la primera vez en el día en que nació. Su mitad y creador, le había arrebatado y otorgado la vida en la misma noche, y ahora a tan sólo unas horas, volvía a su tarea, alzando sus huestes.
Korgos se irguió. Tenso soportaba cada martillazo, y contaba, uno a uno, cuantos enemigos tendrían por delante. Eran demasiados... pero hay batallas que no se pueden evitar. Si Tahur y Lor cumplían su palabra. Tenían una posibilidad

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